Hoy toca otro poco de nostalgia. Kenneth Branagh, igual que Alec Baldwin y que otros de los que iré hablando, es uno de los hombres de mi vida (platónica, claro); siendo yo jovencito no tengo muy claro si quería ser él o si estaba enamorado de él, creo que había bastante de las dos cosas. Era el hombre perfecto: buen actor, director, con base teatral, tenía éxito haciendo pelis que no eran exactamente comerciales, o al menos no en un mal sentido, y formaba una pareja no menos perfecta con Emma Thompson, una de las divas de la época (hablo de los primeros años 90). Físicamente siempre me han gustado los ingleses (bueno, él es norirlandés protestante, lo cual para el caso es lo mismo) rubitos, blanquitos y con cara de no haber roto un plato, y los hombres de la calle más que los cachas, así que Kenneth para mí era lo más.
Su evolución con los años es muy digna, ahora es un madurillo cincuentón con el que no dudaría en jugar a los médicos. Y, aunque ya no es la estrella que pudo ser hace veinte años, imagino que le va bastante bien con la serie policíaca de Wallander.
Mi problema al gustarme los hombres serios y formales, aparte de que tienen la manía de ser heteros, es que ofrecen poco despelote y erotismo. Pero como yo soy muy imaginativo, me da morbo verlo de cura o de militar:
O imaginarme un subtexto gay en Un mes en el campo, una peli ochentera que protagonizó junto a Colin Firth; Firth está más guapo de maduro que de joven, ¿o me lo parece a mí?
He aquí los intentos de Kenneth de ser erótico: en los 90 fue al gimnasio para interpretar al doctor Frankenstein y pocos años más tarde el bueno de Robert Altman lo despelotó, pero solo a medias, en Conflicto de intereses: